Tras el paréntesis lúdico y travieso,
aunque con sus dosis de mala leche, de
Pelusillas
en el ombligo (2015), ese delicioso volumen en el que, junto con Esther
Planelles, nos había agasajado con casi un centenar de microrrelatos, José
Antonio López Rastoll (Alicante, 1974) vuelve por sus fueros al mundo del
cuento. Como ya sucediera con las anteriores
El mirador (2009) y
Vareando
nubes (2012), López Rastoll nos sumerge en un mundo fascinante: el lector
surge, tras las veinte zambullidas al imaginario de estos relatos, empapado de
duda, intriga e incertidumbre.
Cualquier aficionado a la narración breve
sabrá que existen diversos estilos de relatos. Hay cuentos a la manera de
Hemingway, donde se delimita un fragmento de vida y se describe minuciosamente.
Los hay al estilo Cortázar, donde el final inesperado justifica y da razón a
las líneas anteriores. Existen narraciones al modo de Borges, donde ciencia y
arte, realidad y fantasía se fusionan y adquieren una simbiosis tan perfecta
que hacen dudar al lector sobre dónde empieza la realidad y dónde termina la
ficción. Los hay que, tras ser escritos, fueron modificados y amputados por el
editor, resultando ejemplos desquiciantes de la ambigüedad (Carver). De todos
ellos, en mayor o menor medida, nos ofrece López Rastoll ejemplos variados y
admirablemente construidos: la extraña amistad de tres personas dispares (“El
banco”), el amor construido sobre el crimen (“Besos lúgubres”), la denuncia de
la soledad en nuestro mundo (“Falta de riego”), el amor como eje del ciclo de
la vida (“Azul”), la recreación del mito de Fausto (“Waslala”) o el rendido
homenaje al mejor Cortázar —el de “La noche boca arriba”, por ejemplo— que
hallamos en mi relato preferido: “Hotel Sur”.
La obra contiene veinte narraciones de
diversa extensión (desde las dos páginas hasta las ocho) y de estilos, o
intenciones, también variadas. En todos ellos es fácil detectar la calidad y la
buena muñeca de quien los escribe: un tipo leído y releído, que cuida cada línea
y palabra. Uno advierte que nada en ellos es baladí y, nos puede gustar más o
menos la historia o la anécdota que recrean, pero no nos deja indiferente.
Si alguien tiene la curiosidad de visitar el
blog del autor (El Mirador) no dejará de sonreír al leer el frontispcio con el
que se abre: “Mis amigos dicen que me dedico a vivir del cuento. No he escrito
ninguna novela porque me parece un género poco comercial”. Y no podemos dejar
de agredecérselo: que continue regalándonos con estas pequeñas joyas.
Trece rosas negras, José Antonio López Rastoll,
Editorial Tres Columnas, Murcia, 94 páginas.