Que el humor es algo muy serio, uno
comienza a comprenderlo con la edad, tras recorrer los tres estadios que
contenía el enigma de la
Esfinge.
Cuando
se es joven, el humor consiste en un puñado de chistes y anécdotas, una
acumulación de chascarrillos soeces y burdos: a más gritos y exabruptos, más
risas. Con la madurez, la seriedad del humor es vislumbrada, pero todavía está
muy lejos. Lo escatológico y lo dicharachero deja paso a una risa más
inteligente (digo “más”, pues la risa casi siempre lo es), a una pátina de
sarcasmo y crítica donde no se busca la carcajada repentina y rompedora, sino
la comunión ideológica, la hermandad al compartir una ironía fina y sutil.
Cuando llega la vejez, el humor deviene en una simple sonrisa que lo contiene
todo: las novedades nos llegan empequeñecidas, carentes de importancia; las
situaciones que considerábamos únicas y originales, no son sino repeticiones;
los chistes que nunca antes habíamos escuchado resulta que son los mismos, pero
con otro collar…
Mae West y yo, la penúltima novela de
Eduardo Mendicutti —que tanto nos hizo reír en anteriores entregas—, está
escrita desde esa vejez clarividente y límpida, donde incluso las desgracias
más terribles (la enfermedad del protagonista podía ser una de ellas) son
acogidas con la resignación de la sonrisa y el encogimiento de hombros de quien
no se rebela contra su destino. Confirmando esta idea, el propio autor antepone
a su obra una cita de Joyce: “La única pregunta que importa acerca de un libro
es a qué profundidad en el alma de quien escribe se ha originado”. Y cuando se
cierra la novela, cuando el lector se queda con ganas de más —porque en las
obras de Mendicutti uno siempre se queda con ganas de seguir leyendo más y más
y mucho más allá del punto final—, somos conscientes de que la obra se originó
en lo más profundo del alma y de los sentimientos, donde sólo la edad nos puede
conducir: el pedestal sobre el que nos alzamos y que está formado por la
sucesión de “yos” que hemos ido dejando en el camino.
´ Por
todo lo antedicho, el fiel lector de Mendicutti tal vez se sienta un poco
defraudado al no extraer de la obra las carcajadas estruendosas de anteriores
novelas; pienso en Ganas de hablar,
en Yo no tengo la culpa de haber nacido
tan sexy o en Una mala noche la tiene
cualquiera, por citar algunas de las más relevantes. Sin embargo, Felipe
Bonasera, el personaje protagonista y narrador, sin caer en lo “estrambótico”
de El Cigala, de Rebecca de Windsor o de La Madelón, no tiene desperdicio: diplomático en horas
bajas tras diagnosticarle una grave enfermedad, no dudará en emplear su afición
a la ventriloquía como el modo más efectivo de esconder o atenuar sus miedos. La
Mae West del título no es la despampanante
actriz de los años 30, sino la voz de la enfermedad de Felipe. La novela,
escrita con la prosa rectilínea y funcional de Mendicutti, alterna dos primeras
personas que son una sola: la voz del protagonista y el contrapunto de su
enfermedad, expresada a través de la ventriloquía.
Ambientada en el verano de 2010, con el Mundial
de Fútbol y las victorias de la
Roja —sencillamente magistral el capítulo donde Mae West
narra la final del Mundial— como telón de fondo (curioso: Todo está perdonado, de Rafael Reig, también en Tusquets y también
ese año, está ambientada durante el otro gran éxito de la selección de fútbol:
la Eurocopa
de 2008), Mae West y yo se nos
presenta, además, como un sentido homenaje al cine clásico: la sombra sin duda
de La ventana indiscreta es evidente.
Sin embargo, como buen periodista, Mendicutti no deja de pasar revista a los
males de este tiempo que padecemos: la crisis inmobiliaria, la debacle
financiera, la degradación de cierta parte de la juventud, la depravación de la
prensa del corazón…
Todo ello desde la mirada lúcida y fina de un humorista de
la vieja escuela, de un escritor asombroso que nunca defrauda y al que debemos
recurrir cada vez, cada día, cada momento en que pensemos que nada merece la
pena. Con Mendicutti, todo merece la pena.
Eduardo Mendicutti,
Mae West y yo,
Tusquets editores, Barcelona, 2011. 259 páginas.