LA
DIFICULTAD DEL EQUILIBRIO
Aunque nunca haya aparecido en los puestos
señeros de la literatura actual y siempre se haya colocado al margen del
denominado “Grupo leonés” ¾Aparicio,
Mateo Díez, Merino y Llamazares¾, el
nombre y la obra de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) se han labrado un merecido prestigio. Este leonés silencioso pero prolífico, de rostro
reflexivo y actitud tranquila, ha probado todos los géneros excepto el teatral.
Se dio a conocer mediante una serie de poemarios ¾Junto al agua (1980) y Las
tradiciones (1982) ¾ en los
que se advirtió ya el gusto por lo descriptivo y la sabia creación de
ambientes.

Ya en la década de 1990 comenzó su afición
al ensayo y sus colaboraciones en la prensa: Clásicos del traje gris, Sólo
eran sombras, el extraordinario Las armas y las letras y Los hijos del Cid, son
algunos de los muchos títulos publicados hasta el día de hoy. Ese mismo año
inició una empresa tan ambiciosa como “extraña” dentro del panorama español: la
publicación de un diario literaturizado cuyos tomos ¾dieciocho hasta la fecha¾ se
agrupan bajo el título general de Salón de pasos perdidos.
En lo concerniente al género novelístico, Los
amigos del crimen perfecto es su quinta obra, y con ella obtuvo el Premio Nadal 2003. Su primera incursión en el
género llegó en 1988 con La tinta simpática; a la que siguieron El
buque fantasma (1992) y La malandanza (1994), novelas ambiciosa y en
cierto modo imperfectas: argumentos corales que mostraban personajes planos,
estructuras confusas. Días y noches (2000) fue su mejor
logro: una novela modélica y redonda.
En cambio Los amigos del crimen perfecto
adolece de las mismos defectos que el resto de su producción: unos personajes
demasiado planos, poco convincentes; unas ambiciones temáticas que no se ven
correspondidas por la calidad del material elaborado; unos arranques
esperanzadores que decaen y unos argumentos que confunden al lector. Todo ello
podría ser perdonable en otro momento, pero el hecho de que Los amigos del
crimen perfecto haya obtenido el prestigioso Premio Nadal hace surgir en
nosotros dos temores: uno, la honestidad del “mercado-circo” de los certámenes ¾una duda que va en detrimento de autor, editorial y jurado¾; y dos, el miedo a que realmente la novela de Trapiello haya sido
la mejor de entre las presentadas (imaginamos que varios cientos) ¾lo cual puede interpretarse como una señal de alarma sobre la
dudosa calidad de la narrativa española actual.
Ni homenaje ni parodia... sino todo lo contrario.
La estructura explícita y externa de la
novela no ofrece dudas: se halla esta compuesta por trece capítulos sin
numerar, agrupados en tres partes aparentemente arbitrarias e injustificadas.
Narrada en tercera persona, la novela se muestra como una obra coral, con casi
una docena de personajes, entre los que sobresale el protagonista Paco Cortés,
escritor de novelas policiacas de serie b (o z).
Las dudas comienzan ya con el tratamiento
del tiempo: principia la novela con el recordado 23-F y se alarga, mediante
saltos y elipsis poco menos que caprichosas, hasta mediados de 1983. Hay
momentos en los que dos oraciones resumen atribuladamente seis meses de hechos;
mientras que, en otras ocasiones, los diálogos se alargan como chicles.
La sucesión de las acciones narradas no
obedece, tampoco, a ningún propósito, y los flashbacks ocupan casi la mitad de
la obra. En ocasiones se recurre a anticipaciones dignas de folletín, o a
cambios de tiempo verbal (utilizando el presente) que confunden al lector o, al
menos, parecen prometerle nuevas expectativas... que luego no existen. Hay,
incluso, confusión en los nombres de ciertos personajes: quien era Remigio,
pasa a llamarse, cien páginas más adelante, Primitivo.
A lo largo de los dos años que dura la
fábula, asistimos a la descripción de infinidad de sucesos: la vida en la
editorial en la que trabaja el mentado Paco Cortés (unas escenas que recuerdan
pasajes de la novela policiaca El círculo se estrecha del británico
Julian Symons); su inestable vida matrimonial y su relación con su esposa y su
hija; las reacciones de los personajes ante el fallido golpe de Estado; la
caricaturización de don Luis, el suegro del protagonista, un policía
fascista y antediluviano (quizás el retrato más conseguido por lo que tiene
de bufonesco y exagerado ¾y
lamentablemente de real¾); las
vidas ¾contadas a retazos, sin orden, en una
confusión demasiado precipitada¾ de los
amigos de Cortés, que conforman la tertulia de los amigos del crimen perfecto,
consagrada al comentario de las novelas policiacas: el abogado pusilánime y
vergonzoso (Perry Mason), el jovenzuelo ambicioso e inquieto (Marlowe), el
policia que busca una alternativa literaria a la dura realidad (Maigret), la
anciana rica que quiere olvidar su edad (Miss Marple), el joven provinciano que
busca el antídoto a la soledad urbana (Poe)... y otros que van apareciendo
esporádicamente, sin orden ni concierto, como si Trapiello los fuera imaginando
sobre la marcha.
Como propósito, la empresa es digna. Pero la solución (no al crimen planteado, sino a la propia
elaboración de la novela) es demasiado descoyuntada, desequilibrada. Desde
luego no nos parece una parodia, a no ser que se entienda que escribir una
torpe novela policiaca es realizar una parodia del género. Y en cuanto a ser un
homenaje: bueno... con amigos así... Hay un asesinato (¡al fin!), pero tras
doscientas páginas de reflexiones típicas y tópicas, tras la cita (cuando no
copia, aunque declarada) de postulados de autores clásicos del género (que por
cierto se citan mal; aunque queremos creer que se debe a una errata de imprenta).
Parece como si Trapiello se hubiera
levantando un día con el título en la mente y luego hubiera escrito la novela:
de tal modo que lo policiaco deviene en una mera excusa (y, por consiguiente,
deficiente). Porque cuando el autor realmente disfruta (y con él, nosotros),
donde hay momentos dignos de alabanza es al sumergirse en la vida sentimental
de los personajes (Paco y su esposa; doña Asunción y el despótico don Luis; Poe
y la nórdica Hanna). También se observa la comodidad de Trapiello cuando se mueve
en las descripciones de la Guerra Civil (y de sus estragos), en los años de la
represión: dichos momentos destilan el sentimiento y la crítica contra la hipocresía de alguien
que ha reflexionado sobre nuestro pasado más reciente. Solo ahí se justifica,
quizás, esta novela fallida y desiquilibrada, con más sombras que luces.
Lo demás: el asesinato y las diversas
soluciones apenas son creíbles; se nos aparecen como cogidas con alfileres,
como lastres o compromisos que el autor ha tenido que introducir para
justificar el título. La parte última de la novela ¾la más ágil y quizás mejor resuelta¾ se parece en demasía a Soldados de Salamina.
De su lectura se desprende que ni siquiera
el autor ha creído en su obra. Homenaje y parodia, a veces, son términos
demasiado unidos: hay que querer y conocer aquello que se ama u odia. El
principal defecto de Los amigos del crimen perfecto es la falta de
seriedad y credibilidad (quizás por pretender ambas cualidades en exceso). En
ocasiones hay que reírse de uno mismo: pero incluso entonces, las risas deben
ser serias y verosímiles.
Andrés Trapiello,
Los amigos del crimen perfecto, ed. Destino, 2003.