Las novelas de John Irving (1942) nos
pueden agradar más o menos, pero nunca nos dejan indiferentes. Desde que saltó
a la fama con El mundo según Garp (1976), el escritor norteamericano
parece haber hecho un pacto mefistofélico con la calidad. Dicho pacto suele
poner en un brete a sus seguidores: ¿cuál de sus novelas es la mejor?. Los hay
que prefieren el mundo excéntrico de Garp y su madre Jenny; o quien se decanta
por las peripecias del la familia Berry en el Hotel New Hampshire;
particularmente soy de los que no podrían vivir sin la voz triste y un tanto
desvalida del amigo de Owen Meany; otros admiran el altruismo del doctor Wilbur
Larch y sueñan cada noche con sus palabras de despedida; en fin, incluso habrá
quienes se decanten por el doctor Farrokh Daruwalla y sus enanos, o las dudas
sexuales de Ruth Cole, la protagonista de Una mujer difícil. En cuanto a
Pat Wallingford, el protagonista de La cuarta mano, no dudamos de que también
tendrá su grupo de seguidores.
La cuarta mano refleja los mejor y lo peor de un autor cuyo principal fin es
divertir y divertirse, o emocionar y emocionarse. Muchos han sido los que han
tildado de inverosímiles los argumentos de sus novelas; pero ante la
descripción de la vida todo es literariamente válido.
Entre lo mejor: la situación de partida.
Patrick Wallingford, un reportero de televisión que trabaja en una cadena de
noticias que, curiosamente, no se interesa por las noticias, ve como su carrera
¾tanto profesional como sexual¾ sufre un contratiempo cuando un león devora su mano izquierda.
Cinco años después del suceso, el cirujano doctor Zajac se atreve a realizar
una operación de implante de mano. A partir de entonces, un nuevo universo va a
presentarse ante el triste Patrick: el nuevo miembro, ajeno a él, va a
permitirle experimentar sensaciones nuevas. El argumento se enriquece con los
toques propios del estilo de Irving cuando la viuda del donante realiza una
propuesta extraordinaria: desea el derecho a visitar y “disfrutar” de la mano
de su difunto marido.
Desde ese momento, las situaciones van a
adquirir trazas casi oníricas. Sólo la maestría de la prosa de Irving consigue
hacernos verosímil lo que es a todas luces ridículo. Multitud de personajes,
cada uno con su frustración a cuestas, van a desfilar por las páginas del
libro: Doris, la viuda del donante; Mary, la compañera trepa de Patrick; Sarah
Williams, la misteriosa mujer madura que enseña a nuestro protagonista de qué
modo los libros contienen lo que todos necesitamos; incluso la voz del propio
autor ¾a la manera realista de su admirado
Dickens o nuestro olvidado Galdós¾ nos va
a ir guiando por este mosaico de nuestra época. El cuadro descrito, bajo el
humor y el sexo, deviene como una crítica feroz contra la sociedad consumista
y, sobre todo, contra la bulimia de noticias (¡de noticias tergiversadas y
manipuladas, de periodismo carroñero!) que pueblan nuestra vida diaria.
Entre lo peor: una exagerada utilización
por parte de Irving de elementos sexuales (tendencia acentuada, quizás, desde
la aparición de Un hijo del circo (1994)). Tal proliferación de sexo
(los personajes de Irving quizás sean los que más veces realizan el acto sexual
de toda la historia de la literatura) y de elementos afines llega, a veces, a
ocultar el argumento inicial de la obra; y, en muchas ocasiones, consigue
confundir (¿y alegrar?) al lector.
Publicada en España apenas una semana antes
del fatídico 11 de septiembre, La cuarta mano se asemeja bastante a una
premonición. La televisión norteamericana estimó que era conveniente no grabar
los aspectos más trágicos de la tragedia (la recogida de los restos); visto
esto cabe la posibilidad de preguntarse qué habíamos estado viendo hasta
entonces. La televisión se ha convertido en la realidad (Aquello que no se muestra no existe),
manejando, cambiando y creando imágenes a sus anchas. Y de repente, cuando todo
era grabable (y cuanto más horroroso mejor) acontece el atentado: decide
entonces la televisión “comportarse éticamente” (ergo hasta ese día
había actuado sin la menor ética ¾y lo
habíamos aceptado¾),
renunciando a grabar las imágenes del horror. ¿Habría entonces que deducir que
este horror no existe porque no es “grabable”?. John Irving pone en solfa la
capacidad de la televisión para informar objetivamente... pero, ¿qué es la
verdad?
John Irving
La cuarta mano, Ed.Tusquets, 2001. 345 págs.