Cuando Orson Welles pronunció aquel célebre
y breve discurso sobre los suizos y el reloj de cucú, Friedrich Dürrenmatt
todavía era un joven aspirante a escritor; de lo contrario el actor y director
estadounidense habría cometido una omisión imperdonable. Por fortuna existen en
España ciertas editoriales que —junto a su labor netamente comercial— no
olvidan un oasis en sus colecciones para ciertos autores que, tal vez no
conocidos por el gran público, merecen el calificativo de clásicos: Dürrenmatt
(Suiza, 1921-1990) es uno de ellos. Filósofo y
dramaturgo—de entre cuya producción teatral cabe destacar
La visita
de la vieja dama (1956) —, Dürrenmatt inició su faceta novelística a partir
de 1985, y precisamente con la novela que aquí reseñamos. A ésta siguieron
El
encargo,
Justicia y
La sospecha, entre otras, todas ellas
publicadas en España por Tusquets Editores, y todas ellas bajo las premisas
argumentales de la novela policiaca.
En la inmensa
mayoría de las novelas policiacas suele suceder que la partida (el enigma
propuesto) y el camino (las indagaciones) son más atractivos que la meta (la
solución final). Por suerte en El juez y su verdugo ambos —planteamiento
y desenlace— son igual de atractivos: en el otoño de 1948 el cadáver de un
policía de Berna es hallado en su coche. Un disparo en la sien ha terminado con
su vida. La investigación del caso es encargada a su superior, el anciano
comisario Bärlach, quien muy pronto delega en el agente Tschanz, joven y
ambicioso. El autor no cae en la clásica novela iniciática o generacional:
Bärlach no se siente nunca agobiado por el ímpetu del joven Tschanz. Nuestras
preferencias —como las de Dürrenmatt—
recaen inevitablemente del lado del anciano comisario quien, más preocupado en
vencer al cáncer de estómago que continuamente muestra sus fauces, enseña su
apatía en la investigación, convencido desde los primeros momentos —como nos
sugiere el autor— de la identidad del asesino.
El lector asiste a la
investigación y los interrogatorios, y con el cierre de cada capítulo sus
sospechas recaen en un nombre diferente. Todo parece anodino y a la vez
importante: una palabra no dicha o pronunciada; un gesto reprimido o realizado;
un cigarrillo encendido o apagado; un saludo o una despedida.
Hay momentos
realmente magistrales, como la descripción del entierro, junto a otros donde
cabe interpretar la autoparodia, como en el interrogatorio a un escritor; pero
ninguno de ellos, ni el aparentemente más relajado, defrauda.
Como no podía ser
de otra manera la trama se complica y surge, como en casi toda la obra del
autor, la crítica a la inviolabilidad del poder, tanto político como económico.
Cuando parece que todo va a concluir con la conocida fórmula de la victoria del
poderoso, el casi moribundo comisario Bärlach remata la obra con un acto
demiúrgico: la realización de una Justicia tan eficaz como Poética.
Uno lamenta que
ciertas situaciones de la vida no pueda terminar como una novela. Tal vez ahí
resida la grandeza de la vida y de la literatura.
Friedrich Dürrenmatt, El juez y su verdugo.
Tusquets Editores.
169 páginas.
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