MOJADOS DE AZUL, relatos de Javier Carro.

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    Hace algunos veranos me engañaron. Yo fui
uno de tantos miles (o quizás millones, porque la estafa fue de órdago) que
picó, compró y comenzó a leer una novela que cierta editorial de prestigio
(Alfaguara, ¿por qué ir con contemplaciones?) había anunciado como una
genialidad. Un fiasco y una auténtica tomadura de pelo y de cuartos: la terminé
a salto de mata y la metí en una caja que precinté. Desde entonces decidí,
tácitamente, no fiarme de los genios que salen a espuertas, casi cada mes, y
que tienen menos de treinta años. ¿A qué viene todo esto?, se habrá preguntado
el improbable lector de este artículo. Es simplemente para recordar que la edad
de los escritores es una cualidad a tener en cuenta y que, por muy bueno que
pueda ser un autor de menos de treinta años, tengo mis dudas de que pueda ser
mejor que uno de cincuenta o sesenta o, como sucede con Javier Carro, setenta
años. Entre otras razones porque para escribir bien, para hacerlo  notablemente—no basta con tener en el caletre
una buena historia: lo importante es saber plasmarla tal y como esa historia
requiere y exige—, para escribir de un modo excelente hay que haber leído
mucho. Y Javier Carro ha leído mucho.
    Lo primero que llama la atención ya desde
la primera página es que estamos no ante una obra menor —como cualquier
despistado puede pensar tratándose de una colección de cuentos—, sino ante un
volumen meditado, trabajado y escrito con un gusto excelente y una riqueza de
vocabulario y un dominio de la técnica literaria que únicamente se puede conseguir
tras muchas y muy intensas lecturas. Porque,
al fin y al cabo, el buen escritor solo lo es en la medida en que también es
buen lector. Cada página escrita exige un millar de páginas
leídas.
    Los catorce relatos que propone Javier
Carro (gallego afincado en Alicante desde tiempo ha) se leen con el placer y
con el gusto del que saborea un vino añejo y asentado, o degusta bocados de
platos bien condimentados. De las páginas del libro se desprende la sensación
de paciencia y reposo (uno de los relatos, por cierto, está fechado en 1973; y
suponemos que habrá sido corregido un sinnúmero de veces), del trabajo
realizado con el esmero con que el artesano prudente y meticuloso pule y lima
cada detalle por pequeño que este pueda parecer. Hay historias para todos los
gustos: vidas que discurren apaciblemente, sorpresas finales, crímenes que
nunca serán resueltos, fragmentos de existencia que nos dejan con ganas de
saber más, iniciaciones a la madurez, algo de mala lecha y mucho de
sensibilidad, fallecimientos anunciados. El “azul” del título es el del cielo
de los relatos, el del mar que discurre por una prosa excelsa y magistral, el
del color de los ojos de algunas protagonistas femeninas que son heroínas
accidentales. «La cripta» —con un final que nos deja en suspenso y nos dibuja
una sonrisa en el rostro—, «El suspenso» —en el que asistimos a la iniciación
sexual de un adolescente—, «Contornos» —donde el viaje de una pareja es la
metafóra de su relación tortuosa— o el delicado (y nuestro favorito) «Una rama
florida de manzano» —con el que se inicia el volumen y marca la tónica
cadenciosa, rica en matices, en que va a discurrir el resto del libro, sin los
exabruptos de la juventud ni la precipitación que encontramos en la literatura
que se vende, pero que no convence—; estos son algunos de los títulos del
volumen que Javier Carro nos ofrece.

    Si
consideran que la lectura no solo debe divertir —que también—, sino enriquecer,
Mojados de azul es el volumen que
andaban buscando y que la editorial alicantina Agua Clara nos pone ante los
ojos para nuestro placer y para hacer más llevaderos los calores estivales.


Javier Carro,

Mojados de azul, Ed. Agua Clara, Alicante, 170 páginas.