ANTONIO MUÑOZ MOLINA: el narrador de la memoria
Tenía diecisiete años cuando escuché, por primera vez, el nombre de Antonio Muñoz Molina. Ocurrió una mañana de otoño, unas semanas antes de Navidad, en un aula fría y destartalada del Instituto de Enseñanza Media “Hermanos Amorós”, en Villena. Yo cursaba COU. El profesor de Literatura, Ángel Luis Prieto de Paula, llegó al aula sin ninguna clase de material, como siempre; dejó las llaves sobre la mesa y se sentó en su silla. “Este es el privilegio de los catedráticos”, solía decir. Luego nos amenazó con suspendernos a todos (siempre ha destacado por sus exageraciones) si no dejábamos el libro que estuviésemos leyendo (aquellos, pocos, que estuviesen leyendo alguno, claro), y nos metíamos de cabeza en la novela de Antonio Muñoz Molina, El invierno en Lisboa. Como casi siempre he seguido las recomendaciones provenientes de las personas más inteligentes que yo, esas Navidades conseguí que los Reyes Magos me trajeran un ejemplar y, en dos días, leí la novela. Rectifico: la devoré.
A comienzos de 1988, El inverno en Lisboa (1987, ed. Seix Barral) obtuvo el Premio Nacional de la Crítica y el Nacional de Novela, y convirtió a su autor, un joven funcionario del ayuntamiento de Granada (tenía entonces treinta y dos años), Licenciado en Historia del Arte y natural de Úbeda (Jaén), en el autor revelación dentro del panorama literario español. La novela lo tenía todo: acción, suspense, ciudades decadentes, amor, música, viajes, crímenes, amistades traicionadas… pero principalmente un estilo inconfundible, de enunciados y periodos largos, barnizado por una adjetivación exacta al tiempo que lírica.
Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando durante una larga temporada.
Cualquiera podía apreciar que Muñoz Molina era también un lector excelente que había sabido plasmar admirablemente todos sus gustos: los grandes escritores crean aquellas novelas que les gustaría leer y que nadie antes ha escrito. Me habían atrapado tanto las aventuras del narrador y de sus compañeros que comprendí que había caído irremediablemente hechizado por la prosa de su autor, que a partir de ese instante iba a convertirse en uno de mis autores de cabecera. La solapa de la portada del libro me informaba de algunas obras que el escritor jiennense había publicado con anterioridad; y no dudé ni un segundo en lanzarme a por ellas.
Procedente de una familia humilde ―su padre vendía hortalizas propias en un puesto del mercado; y su madre, como antes se decía, se dedicaba a “sus labores” ―, encontré en Antonio Muñoz Molina un reflejo de mí mismo. Para el adolescente que era yo entonces, las novelas de Muñoz Molina representaban el futuro, la meta que debía alcanzar: había sabido ir más allá de sus orígenes (pero sin olvidarlos) para conseguir hacerse un hueco en el panorama literario nacional. En tardes dominicales eternas, yo devoraba a dos carrillos sus escritos, muchos de ellos claramente autobiográficos, y me identificaba con el niño raro e introvertido que prefiere la lectura al balón, con el adolescente que invierte horas en la escritura de sus primeros cuentos en vez de jugar en la calle, con el joven, gracias al esfuerzo de sus padres, que ha conseguido estudiar en la universidad (el primero de su extensa familia)… Todo lo que leía del autor andaluz me invitaba a seguir leyendo, se trasformaba en un acicate que me espoleaba a continuar perseverando en mis estudios, en mis escritos, en mis proyectos e ilusiones.
Las primeras obras y la consagración del Premio Planeta
Los inicios de Muñoz Molina pasan por Madrid, en cuya Universidad Central se matriculó en 1973 para estudiar Periodismo. Sin embargo, sus ilusiones se frustraron cuando, de una manera casual y algo cómica, fue detenido en una manifestación de la que intentaba escapar. Tras terminar el primer curso, el joven decidió dejar Madrid. El miedo a que le fuera retirada la beca (imprescindible para continuar estudiando) fue un tema recurrente en sus pesadillas. Finalmente, la beca se mantuvo; sin embargo, nuestro protagonista decidió trasladarse a Granada, en cuya universidad se matriculó en Historia del Arte en 1974. La ciudad andaluza será importantísima para su devenir literario y personal, pues en ella viviría casi veinte años. Tras licenciarse en Historia del Arte en 1980, Muñoz Molina empezó a trabajar en una oficina del ayuntamiento granadino. Durante siete años, será el encargado de organizar diversas actividades culturales que le permitirán conocer a muchísimos artistas que influirán, de un modo u otro, en su vida y en su obra: desde el pianista Tete Montoliú hasta el pintor José Guerrero, pasando por el escritor Pere Gimferrer.
También se estabiliza su vida personal: se casará en 1982 y, en años posteriores, el matrimonio tendrá tres hijos.
En 1982 inició la publicación de un artículo semanal en el periódico Diario de Granada bajo el título genérico de El Robinson urbano. Una selección de treinta y dos artículos vio la luz como volumen en 1984, con escasa difusión. Desde 1983 también colaboraba en el periódico Ideal, de la misma ciudad andaluza, con una serie de artículos que habían ido apareciendo bajo el título de Cuaderno del Nautilus; nombre que cambiaría a Diario del Nautilus, cuando se editaran en 1986 gracias a la Diputación Provincial de Granada. En la primavera de 1983 vio la luz su primer cuento publicado, «Te golpearé sin cólera», que apareció en el catálogo de la exposición del pintor Juan Vida en el Centro Manuel de Falla (Granada) y que nuestro autor, que trabajaba por aquel entonces en la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Granada, se encargó de organizar. Unos comienzos, pues, discretos y lógicos; el joven autor provinciano que intenta abrirse camino en la literatura a través de aquello que tiene más cerca: los periódicos locales y las publicaciones provinciales.
La vida está regida por el azar. Y la suerte quiso que, en una ocasión en que el escritor Pere Gimferrer visitaba Granada para realizar una conferencia, un amigo de Muñoz Molina le regalara un ejemplar de El Robinson urbano. El propio novelista lo contó en El País muchos años después:
Pere Gimferrer, editor de Seix Barral, fue a Granada. Un amigo le dio mi libro de artículos; Gimferrer lo leyó y me llamó para decirme que le había gustado. Fue un impacto tremendo, porque yo estaba habituado a que nadie me hiciera caso. Luego le envié la novela que estaba escribiendo (Beatus Ille) y me dijo que la quería editar; fue la alegría de mi vida. Y le doy muchas vueltas a qué hubiera pasado si yo no hubiese publicado aquel primer libro, si Gimferrer no hubiera ido a Granada. Es una lección de humildad, porque hay mucha gente con mucho talento que no llega a nada, o llega a mucho menos.
En el mundo de la literatura la suerte juega un papel importantísimo. De este modo, en enero de 1986 la editorial Seix Barral publica la primera novela de nuestro autor, Beatus Ille, una obra intimista y lírica, con una fuerza evocadora enorme que introduce un paisaje y un lugar, Mágina (trasunto de Úbeda, la ciudad natal del autor), a la que nuestro escritor recurrirá en muchas novelas posteriores. Según su autor, la obra había sido inspirada por la novela corta de Henry James Los papeles de Aspern.
Ha cerrado muy despacio la puerta y ha salido con el sigilo de quien a medianoche deja a un enfermo que acaba de dormirse. He escuchado sus pasos lentos por el pasillo, temiendo o deseando que regresara en el último instante para dejar la maleta al pie de la cama y sentarse en ella con un gesto de rendición o fatiga, como si ya volviera del viaje que nunca hasta esta noche ha podido emprender.
La obra se alza ese mismo año con el Premio Ícaro, creado por Diario 16, para apoyar a los jóvenes autores españoles. La novela consiste en una mezcla notable de lirismo y misterio, con un protagonista inolvidable, el estudiante Minaya que acude a Mágina para indagar sobre el pintor Jacinto Solana, de quien está realizando la tesis doctoral. Sus descubrimientos sumergirán al lector en una recreación magistral de los turbulentos años 30 de nuestro país. Todo ello con una prosa que se irá convirtiendo en “marca de la casa”, en un estilo inconfundible que se verá reforzado en obras posteriores: largos periodos sintácticos, uso certero y evocador de la adjetivación.
A partir de entonces y hasta 1991, la obra literaria de Muñoz Molina va ir ascendiendo los peldaños de una escalera que lo conducirá hasta una de las primeras posiciones de la novela en lengua española.
Tras el éxito de lectores y de crítica que obtiene la deslumbrante El invierno en Lisboa, el autor publica un breve volumen de cuentos, Las otras vidas (1988, ed. Mondadori), formado por cuatro relatos: algunos de ellos ya habían ido apareciendo previamente en distintos medios. Pero es un año más tarde cuando la publicación de la novela Beltenebros (ed. Seix Barral) lo convierten en uno de los autores más importantes del panorama novelístico español. La obra consigue un enorme éxito de crítica y de lectores. Dos años después, en 1991, es adaptada a la gran pantalla en una película del mismo título dirigida por Pilar Miró y protagonizada por José Luis Gómez y el británico Terence Stamp; consigue tres premios Goya de las diez nominaciones a las que opta. Ambientada en la España gris de los años 60, la novela, escrita en primera persona a partir de la voz de Darman, cuenta las peripecias de un espía enviado a Madrid por el Partido Comunista Español en el exilio para eliminar a un traidor, cuyas delaciones están diezmando la organización.
Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales que leía para matar el tiempo en aquella especie de helado almacén, una torre de ladrillo próxima a los raíles de la estación de Atocha donde pasó algunos días esperándome, porque yo era el hombre que le dijeron que vendría…
Beltenebros es un thriller turbio y oscuro, donde nadie es quien dice ser. La novela nos ofrece una imagen pesimista y decadente de la clandestinidad y de la vida no tan glamurosa de los espías. Además, el autor ofrece su lado más cinéfilo con continuos homenajes a las grandes películas del Cine Negro.
A partir de entonces los proyectos se suceden a una velocidad de vértigo y no siempre con gran fortuna. Así, la versión cinematográfica de El invierno en Lisboa, dirigida por José Antonio Zorrilla también en 1991, es una película fallida pese a la presencia de Eusebio Poncela, Fernando Guillén Cuervo y el trompetista Dizzy Gillespie, que obtiene pésimas críticas y una taquilla mediocre.
El Teatro Lírico Nacional La Zarzuela, el Centro Para la Difusión de la Música Contemporánea y el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas lo invitan a participar en un curioso proyecto. La escritura y puesta en escena de varias óperas cuyo libreto habría de ser escrito por distintos escritores y escritoras. Acepta la invitación; y el 20 de abril de 1990 se estrena, en la Sala Olimpia de Madrid, la ópera El bosque de Diana, con música del granadino José García Román y libreto de nuestro autor. Se trata de un cruce entre un tema policiaco moderno y el mito griego de Diana cazadora. La acogida de público y crítica fue excelente.
El éxito literario, que alcanza su cenit en octubre de 1991, va de la mano de la crisis matrimonial que se salda con el divorcio de Muñoz Molina y su esposa.
A principios de ese año, la editorial Planeta publica Córdoba de los Omeyas, un ensayo histórico que pasará sin pena ni gloria. Sin embargo, la concesión del Premio Planeta 1991 a El jinete polaco supone el espaldarazo definitivo para convertir a su autor en una de las figuras más importantes del panorama literario español de aquel momento. Con El jinete polaco, el escritor jiennense alcanza una de las cumbres de su extensa obra. Más allá de la polémica que siempre concita este pingüe galardón, la calidad de El jinete polaco se verá refrendada por la concesión, unos meses más tarde, del Premio Nacional de Literatura a la mejor novela de 1991. Era la segunda ocasión en que su autor lo obtenía.
Sin que se dieran cuenta se les hizo de noche en la habitación de donde no habían salido en muchas horas, donde habían estado abrazándose y conversando en una voz cada vez más baja, como si la penumbra y luego la oscuridad que no notaban hubieran ido apaciguando el tono de sus voces pero no la avidez mutua de palabras, igual que se había apaciguado el modo al principio perentorio en que satisfacían y simultáneamente alimentaban su deseo, cuando regresaban caminando bajo la nieve y el frío de la taberna irlandesa donde habían almorzado, …
El jinete polaco recrea admirablemente diversas épocas de la historia de Mágina y, por proximidad y paralelismo, de la historia de nuestro país: momentos que van desde 1870 hasta 1990, pasando por la guerra de Cuba, los convulsos años de la Guerra Civil y la inmediata postguerra, los esperanzadores años 70 del siglo XX. El protagonista, que trabaja como traductor simultáneo, rememora un relato que se asemeja a un mosaico donde cada tesela refleja un momento de su vida y de la de sus antepasados. Decenas de personajes desfilan por sus páginas y van dejando su impronta imborrable en los admirados lectores, asidos a un estilo único y característico que parece estar cubierto de una pátina de resina o envisque en que quedas irremediablemente atrapado y subyugado. Afirmar que El jinete polaco es una de las grandes novelas españolas del último cuarto del siglo XX no es una afirmación ni exagerada ni baladí.
A rebufo del éxito inmenso de esta novela, en el verano de 1992, publica por entregas, en el diario El País, Los misterios de Madrid, dentro de la sección “Relatos de verano” donde se propone la publicación de tramas ligeras que alivien los calores estivales. En noviembre de ese mismo año la obra aparecerá en forma de volumen publicado por la editorial Seix Barral. Se trata de una novela de humor, adornada por una peripecia policiaca y rocambolesca en tono explícitamente paródico, con una trama y unos personajes livianos: un mero entretenimiento (que no es poco). En sus páginas se recupera el mundo de Mágina, pero principalmente a uno de los personajes de El jinete polaco, el reportero Lorencito Quesada. Personaje y peripecias deben mucho a la influencia de las novelas humorísticas y policiacas de Eduardo Mendoza, pero sobre todo a las técnicas folletinescas del relato decimonónico.
Daban las once de la noche en el reloj de la plaza del General Orduña, ahora de Andalucía, cuando Lorencito Quesada, corresponsal en nuestra ciudad de Singladura, el diario de la provincia, se detuvo ante la puerta de la sacristía del Salvador, en un callejón a espaldas de la plaza Vázquez de Molina, sin atreverse a golpear el llamador, aunque había luz dentro y sabía que lo estaban esperando.
El ingreso en la Real Academia de la Lengua Española.
Tiempo de polémicas y plenitud literaria.
Tras la obtención del Premio Planeta, la obra de Antonio Muñoz Molina toma una velocidad de crucero y raro es el año en que no vemos en las librerías un nuevo título.
En septiembre de 1993 ve la luz el volumen Nada del otro mundo (ed. Espasa Calpe) formado por doce relatos. Algunos de ellos ya habían aparecido en Las otras vidas (1988). En 2011 Seix Barral reeditaría el libro con catorce relatos. Según el recuento realizado por Alberto Granados, uno de los principales estudiosos de la vida y la obra del escritor jiennense, son diecisiete los relatos que, a lo largo de los años, Muñoz Molina ha ido publicando en diversos medios.
En octubre de 1993 contribuye con dos de los tres textos que conforman el pequeño volumen ¿Por qué no es útil la literatura? (ed. Hiperión), en el que también participa el poeta granadino Luis García Montero.
El año 1994 es el de la boda con la periodista y también escritora Elvira Lindo, a la que había conocido unos años antes cuando esta lo había entrevistado para un programa radiofónico. En el otoño de ese año publica una interesante novela, por lo que tiene de elementos autobiográficos, El dueño del secreto (ed. Ollero & Ramos). De formato más bien breve, El dueño del secreto parece, a quien esto escribe, una especie de “descanso del guerrero”, como ya había ocurrido con Los misterios de Madrid. De hecho, ambas están ambientadas en la capital de España y en los primeros años de la década de 1970. El protagonista de El dueño… es un joven e inexperto estudiante que se ve inmerso en una peripecia política y clandestina.
En 1974, en Madrid, durante un par de semanas del mes de mayo, formé parte de una conspiración encaminada a derribar el régimen franquista. La dirigía un general muy célebre, del que se contaba que a los pocos días de la revolución portuguesa había empezado a recibir sobres anónimos que contenían como único mensaje un monóculo…
1994 es también el año de la polémica con Camilo José Cela. La disputa se había iniciado a principios de marzo, cuando Muñoz Molina echaba en cara a Francisco Umbral que, para elogiar a su admirado amigo Cela, este tuviera que criticar a Galdós y a Baroja.
A diferencia del lector común, el literato resabiado parece que solo alimenta su capacidad de admiración con la energía vengativa de sus negaciones. Para admirar a Cela, Francisco Umbral lleva décadas insultando a Galdós y a Baroja con una saña que se le vuelve más virulenta y monótona a cada libro que escribe, como si lo sacara de quicio que, a pesar de su furia, ni Galdós ni Baroja hayan desaparecido de las bibliotecas. (“Teoría del elogio insultante”, 9 marzo 1994, El País)
Una semana más tarde, y desde las páginas del ABC, Camilo José Cela se revolvía contra los jóvenes novelistas, supuestamente cercanos al gobierno socialista y apadrinados por la ministra Carmen Romero, y “acaudillados”, según el escritor gallego, por Antonio Muñoz Molina, al que calificaba de “doncel tontuelo” y “mozo lírico-cómico-bailable, sentimental aprovechadillo y sagaz”. La polémica fue especialmente virulente en Granada, donde Muñoz Molina fue tildado de “apesebrado del PSOE”. Esta situación molestó especialmente a nuestro autor que se vio tan maltratado en su ciudad de adopción: la enemistad entre Granada y nuestro autor se alargó, a partir de entonces, durante muchas décadas. Tras una serie de artículos arrojadizos, la polémica acabó diluyéndose. Lo que le hubiera agradado a este cronista haber contemplado el rostro de Camilo José Cela cuando Muñoz Molina ingresara en la Real Academia de la Lengua Española dos años más tarde; mas no anticipemos acontecimientos.
Ardor guerrero, sin duda su novela más autobiográfica, ve la luz en marzo de 1995. Es la primera de sus obras publicadas por la editorial Alfaguara, que será su sello en los próximos diez años. La obra, subtitulada Una memoria militar, está ambientada en 1979 y 1980 y trascurre en San Sebastián, abarcando el periodo del servicio militar del propio autor. El autor la enclavó dentro de el subgénero de la “memoir”, emparentado con la novela y las memorias.
Hasta hace no mucho he soñado con frecuencia que tenía que volver al ejército. Por equivocación me habían licenciado antes de tiempo, y me reclamaban de pronto, o bien a lo largo de mi servicio militar se había cometido un error administrativo que lo invalidaba, un error de segundo orden, desde luego, inadvertido durante años tal vez, pero tan grave al mismo tiempo que hacía inevitable mi regreso al cuartel.
El periodo convulso (frecuentes ruidos de sables, atentados de la banda terrorista ETA, fluctuaciones políticas) es descrito desde la mirada, a veces ingenua otras certera, de un joven andaluz que ese ve obligado a trasladarse a las frías tierras vascas. Ardor guerrero, con un final tan impactante como sobrecogedor, supone el cierre de su primera etapa como novelista; una etapa marcada por la recuperación, a través de su escritura, del pasado propio y común, por intentar recrear el tiempo que ya no ha de regresar.
Habrá que esperar dos años para que publique una nueva novela, esta vez totalmente opuesta a las anteriores: una obra centrada única y exclusivamente en la ficción, desplazando los momentos autobiográficos que ya habían sido la génesis de la primera (y me atrevería a decir “la mejor”) etapa de su producción literaria.
Mientras tanto, no deja de publicar. A finales de 1995 aparece Las apariencias, volumen formado por 41artículos publicados en ABC y El País durante el periodo 1988-1990. También La huerta del Edén (ed. Ollero & Ramos, 1996) es una colección de 56 artículos aparecidos entre 1995 y 1996 en la edición para Andalucía del diario El País. Elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española, toma posesión en junio de 1996 del sillón con la letra «u», con un texto sobre la figura olvidada del escritor exiliado Max Aub. La modesta editorial Calima, de Palma de Mallorca, publica Escrito en un instante (1997), que es un volumen formado por 25 artículos aparecidos en 1988 en el Diario 16, más diecinueve artículos leídos semanalmente en un programa de RNE en 1992. Se trata de unos artículos de escasas cien palabras, casi poemas, de una sensibilidad y una capacidad evocadora sorprendente.
Su siguiente novela, como ya comentamos antes, inaugura una nueva etapa marcada por el recurso único de la ficción, frente a los tintes autobiográficos que habían mostrados todas sus anteriores obras. Plenilunio es, desde luego, una obra sobresaliente donde se conjugan admirablemente la trama policiaca, en torno a la búsqueda de un asesino en serie, y los preparativos de un atentado criminal que lleva a cabo la banda terrorista ETA; sin olvidar la vida sentimental del inspector protagonista de la obra, ni las tensiones que intenta controlar sin éxito el psicópata antagonista. Aunque la acción se sitúa en Mágina, las peripecias de los protagonistas están muy lejos del tono sentimental y nostálgico que habían marcado las anteriores novelas de su autor. Y no es de extrañar, pues la trama de los asesinatos de niñas tuvo su origen en la ciudad de Granada donde, a finales de los años 80, un criminal asesinó a una niña y estuvo a punto de matar a otra en los bosques de La Alhambra; aunque luego Muñoz Molina la desplazó a Mágina.
De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, solo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de los desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas.
La obra fue un éxito de lectores y de crítica, y consiguió diversos premios, algunos de ellos de carácter internacional: Premio Euskadi de Plata. Premio Fémina Étranger a la mejor obra extranjera publicada en Francia, Premio Elle, Premio Crisol. Un éxito que aumentó unos años después con la versión cinematográfica dirigida por Imanol Uribe en 2000, con guion de Elvira Lindo, y protagonizada por Juan Diego Boto, Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores y Fernando Fernán-Gómez. La película fue nominada a cinco premios Goya, aunque no consiguió ninguno.
El año 1998 se cierra con un volumen misceláneo, Pura alegría, formado por ocho textos dispares, desde el artículo periodístico hasta el discurso de ingreso en la RAE, pasando por diversas conferencias en un periodo de tiempo comprendido entre 1991 y 1997.
En 1999, la editorial Espasa Calpe publica un curioso volumen firmado por José Manuel Fajardo, La huella de unas palabras. En él aparece una conversación entre Fajardo y nuestro autor, y junto a la correspondencia que intercambiaron los dos escritores entre 1995 y 1998. Además, el volumen se completa con una selección de textos extraídos de las novelas de Muñoz Molina.
La búsqueda de un nuevo estilo: la escritura cosmopolita
Tras Plenilunio, la obra del escritor andaluz entra en una especie de vorágine marcada por la incertidumbre. La lectura de sus textos nos muestra las dudas de un autor que no sabe si decantarse hacia argumentos más cosmopolitas o, por el contrario, regresar a sus señas de identidad, al estilo localista y autobiográfico, sustentado en la nostalgia que concita el paso irremediable del tiempo y su imposible recuperación. Si Ardor guerrero había puesto el broche final a un primera etapa definida como la recuperación de un pasado, de unas vivencias en las que los lectores se veían reflejados ―porque eran también las vivencias de varias generaciones―; sin embargo, la ficción que se ensalza en Plenilunio no obtendría su correlato en obras posteriores, más “ligeras”, más dubitativas: convertidas, en ocasiones, en ejercicios de estilo que se quedaban en la forma, pero que no conseguían penetrar en la sensibilidad del lector.
En noviembre de 1999 ve la luz la novela corta Carlota Fainberg. En realidad, se trata de la refundición de un cuento aparecido cinco años antes en las páginas de El País y, más tarde, en un volumen recopilatorio de cuentos escritos por varios autores (Cuentos de La isla del tesoro, ed. Alfaguara). Muñoz Molina ha aumentado el número de páginas recurriendo a los circunloquios. El atractivo y obsesivo estilo de nuestro autor ensalza una historia, por lo demás bastante rutinaria, sobre extrañas apariciones en un fantasmagórico hotel bonaerense.
―Yo ya no creo que vuelva nunca a Buenos Aires.
El hombre sentado junto a mí dijo estas palabras con menos tristeza que melodramatismo y se quedó callado unos instantes, bebiendo pensativamente de su Diet Pepsi. Se notaba que las había pensado muchas veces, que se las había dicho a sí mismo en voz alta…
En el año 2000 la editorial Aguilar pone a la venta un volumen en formato pulga, Unas gafas de Pla, compuesto por veinticinco artículos periodísticos que ya habían aparecido en El País.
Ese mismo año, la modesta editorial pamplonica Spoon River & Asociados publica el volumen En ausencia de Blanca, que originalmente había aparecido por entregas, durante varios días de agosto de 1996, en la sección de “Relatos de verano” del diario El País. Se trata de una novela breve que gira en torno a la crisis de una pareja, Blanca y Mario. El subyugante estilo del autor convierte en atractiva una anodina historia de amor, e intenta dar respuesta a la pregunta sobre si es más importante amar o ser amado.
La mujer que no era Blanca vino hacia Mario desde el fondo del pasillo, vestida con la blusa verde de seda, los vaqueros y los zapatos bajos de Blanca, entornando un poco los ojos al acercarse a él y sonreírle, los ojos que tenían el mismo color y la misma forma que los de Blanca pero que no eran de ella, dándole la bienvenida en un tono de voz tan idéntico al de Blanca como si de verdad fuese ella quien le hablaba.
Aunque Sefarad. Una novela de novelas (2001) se presenta como una obra definitiva, lo cierto es que, a pesar del título, dista mucho de ser una novela al uso. El volumen es un mosaico denso y complejo donde se suceden diecisiete relatos: algunos independientes, otros entrelazados mediante la alusión a personajes, espacios o tiempos. Si hay que buscar una columna que vertebre las diversas narraciones, esta sería la denuncia contra la crueldad innata del ser humano, representada sobradamente en el siglo XX que, en el momento de la publicación de la obra, ya finalizaba. Las varias decenas de personajes que recorren la obra son apátridas y/o fugitivos: el oficinista gris que sueña con otra vida, la monja alocada que busca en el sexo lo que no halla en la religión, el enfermo imposibilitado para abandonar su balcón, el judío delatado por sus vecinos… Muñoz Molina regresa a la línea temática de los “trasterrados”, que ya había rememorado en al ingresar en la RAE con un discurso en torno a Max Aub. Sefarad es una llamada de atención contra la intolerancia y el fanatismo que, en ocasiones, cae lamentablemente en el lastre molesto de la documentación minuciosa, de los listados de nombres y datos que llegan a la mente del lector, pero no a su corazón.
Nos hemos hecho la vida lejos de nuestra pequeña ciudad, pero no nos acostumbramos a estar ausentes de ella, y nos gusta cultivar su nostalgia cuando llevamos ya algún tiempo sin volver, y exagerar a veces nuestro acento, cuando hablamos entre nosotros, y el uso de las palabras y expresiones vernáculas que hemos ido atesorando con los años, y que nuestros hijos, habiéndolas escuchado tanto, apenas comprenden.
La vida por delante (2002) es el sexto volumen formado por artículos periodísticos. En esta ocasión son 105 artículos los seleccionados, que aparecieron en El País Semanal entre 1997 y 2002.
Ventanas de Manhattan (2004) es la vuelta a la editorial de sus orígenes, Seix Barral ―en la que aún permanece―. Se trata de un libro a medio camino entre la recopilación de artículos, el diario íntimo y la descripción documental de una ciudad, Nueva York, donde el autor vive, pues ejerce como director del Instituto Cervantes de la ciudad. Sus 87 capítulos apenas presentan un hilo argumental, con ausencia de diálogo y de personajes, salvo al propio narrador.
La ventana daba a un patio interior grande, oscuro, con ventiladores y máquinas que rugían, con muros de ladrillo negros de hollín, con otras ventanas que pertenecía a habitaciones idénticas, con los cristales ligeramente opacos de mugre, algunas de ellas iluminadas cuando caía la noche, mostrando la presencia fugaz y lejana de alguien, el interior de una habitación exactamente igual a la mía. Había muchos pisos por encima, y no se vislumbraba el cielo.
Ventanas… es un híbrido entre el libro ensayístico, la crónica de la estancia en una ciudad y una guía turística. Uno tiene la sensación de que Muñoz Molina no pierde la oportunidad de restregarle al lector lo fabulosa que es su vida. Nada me obliga a ser objetivo, por eso confieso que este libro (que concluí con mucho esfuerzo) me mostró un escritor con el que no simpatizo, que rechazo y en el que no reconozco el autor sentido que me emocionó en El jinete polaco o me entusiasmo en Plenilunio. Ventanas de Manhattan no es una mala obra, porque su autor escribe demasiado bien como para que de sus manos salga mala literatura; pero sí es una mera gimnasia de muñeca, una especie de “quiero y no puedo” que no concluye en nada más que en un ejercicio de estilo que, a veces, llega a agotar por lo repetitivo, tópico y manido.
La vuelta a los orígenes
En septiembre de 2006, una nueva novela aparece en las librerías. Se trata de El viento de la Luna, obra ambientada en Mágina. Felizmente, la obra vuelve a emocionar. Lejos de los delirios cosmopolitas de chicha y nabo, El viento… es la recreación de la infancia del autor tomando como excusa el alunizaje del Apolo XI en el verano de 1969. Una obra que nos devuelve al autor transformado en cronista de un tiempo y un espacio: el de la memoria rural y familiar. Los resortes autobiográficos salpican una narración que es también una bildungsroman, una obra de iniciación y crecimiento anímico.
Esperas con impaciencia y miedo una explosión que tendrá algo de cataclismo cuando la cuenta atrás llegue a cero y sin embargo no sucede nada. Esperas tumbado sobre la espalda, rígido, las rodillas dobladas en ángulo recto, los ojos al frente, hacia arriba, en dirección al cielo, si pudieras verlo, detrás de la curva transparente de la escafandra, que te sumergió en un silencio tan definitivo como el del fondo del mar cuando terminaron de ajustarla al cuello rígido del traje exterior.
Aprovechando el éxito de la novela, la propia editorial publica en marzo de 2007 un brevísimo volumen, Días de diario, que es una suerte de diario escrito mientras el autor estaba enfrascado en la redacción de El viento de la Luna.
Antonio Muñoz Molina es ya un autor consagrado, uno de los máximos representantes de la novela en castellano. Los reconocimientos se suceden (es nombrado Doctor Honoris Causa en varias universidades; consigue el Premio Jerusalén) tanto en la península (en 2004 Cátedra publica la edición crítica de Beltenebros) como en América, donde la Universidad Nacional Autónoma de México publica Travesías (2007), una selección de más de un centenar de artículos aparecidos entre 1993 y 1997.
Su siguiente novela es otra de sus cumbres literarias. La noche de los tiempos (2009) alcanza las excelencias de El jinete polaco y Plenilunio; y vuelve a reconciliar a su autor con sus lectores más exigentes. Consiste en una ingente y asombrosa novela de casi mil páginas, auténtico tour de force de un novelista que busca recobrar una voz demasiado dispersa en años anteriores. La obra recrea las peripecias de un arquitecto español durante la turbulenta década de 1930 en España. Destaca, como en muchas de sus obras anteriores (El jinete polaco, Plenilunio, etc.), la protagonista, al que el autor dibuja y mima con una especial intensidad. Curiosamente, Muñoz Molina parece tener una especial querencia hacia los personajes femeninos, muy trabajados y logrados; llegando a crear, en muchos casos, auténticos arquetipos literarios. La realidad y la ficción se dan la mano en un mosaico increíble, apabullante, donde Muñoz Molina alcanza una de sus cumbres narrativas.
En medio del tumulto de la estación de Pennsylvania Ignacio Abel se ha detenido al oír que alguien lo llamaba por su nombre. Lo veo primero de lejos, entre la multitud de la hora punta, una figura masculina idéntica a las otras, como en una fotografía de entonces, empequeñecidas por la escala inmensa de la arquitectura: abrigos ligeros, gabardinas, sombreros; sombreros de mujer con la visera ladeada y pequeñas plumas laterales; …
La novela obtiene el Prix Méditerranée Étranger en 2012. Sin embargo, un esfuerzo de tal magnitud va a llegar acompañado de un posterior periodo de aparente calma, pero sobre todo de incertidumbre, de volantazos confusos en búsqueda de una nueva voz con que obtenga el beneplácito de sus lectores más fieles. La noche de los tiempos es, hasta el momento y lamentablemente (pues ya han transcurrido quince años desde su publicación), una cumbre novelística a la que no ha vuelto a ascender.
El escritor comprometido vs una prosa sin rumbo
Como ya anticipaba en el párrafo anterior, a partir de 2009, la obra de Antonio Muñoz Molina va a adquirir el aspecto de un automóvil difícil de conducir, un vehículo que viaja sin un rumbo determinado guiado por un conductor indeciso, sin una noción clara de un proyecto de futuro.
Por un lado, la publicación del ensayo Todo lo que era sólido (2013, ed. Seix Barral) nos muestra a un autor comprometido con su tiempo. La obra, que se aleja de la ficción, es una certera reflexión sobre la profunda crisis económica y social que explotó en 2010. El escritor deja de ser un animador, un vendedor de ficciones para convertirse en una voz rigurosa y poderosa, una voz que tiene el poder de usar un púlpito, su popularidad, desde donde analizar la realidad de una sociedad y un país que han visto, de sopetón, destrozado el edificio de papel sobre el que se alzaban. El escritor se ha convertido en una conciencia crítica. Nos parece una fabulosa crítica y denuncia, de carácter plenamente coyuntural. Un volumen que deberá ser leído y comentado dentro de unos años para entender todo lo que aconteció en los amargos y grises años de la crisis económica.
Qué lejos nos queda ya el pasado de hace solo unos años. En algún momento cruzamos sin advertirlo la frontera hacia este tiempo de ahora y cuando nos dimos cuenta y quisimos mirar atrás para comprobar en qué punto había sucedido el tránsito nos pareció asombroso habernos alejado tanto. Era cuando creíamos vivir en un país próspero y en un mundo estable imaginábamos que el futuro se parecería al presente y las cosas seguirían mejorando de manera gradual, o si acaso progresarían algo más despacio.
Sin duda, mucho de este compromiso social y ético expuesto por el autor en Todo lo que era sólido será determinante para que se le conceda el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013. Un galardón merecidísimo que viene a afianzar la importancia fundamental del escritor como una de las voces más originales de las últimas décadas.
El impulso cosmopolita, junto a la moda de la metanovela ―acertadamente explotada por autores como Javier Marías y Javier Cercas, por citar algunos de los nombres relevantes―, es el que volvemos a encontrar en la notable, que no sobresaliente, Como la sombra que se va (2014). La novela recrea el asesinato del líder afro-norteamericano Martin Luther King en 1964. Muñoz Molina conecta la experiencia propia del viaje a Lisboa, que realizó en los años 80 para terminar de documentarse mientras escribía El invierno en Lisboa, con el que efectuó el asesino de Martin Luther King en su huida, que también recaló en la capital portuguesa. Además, una parte de la obra es una confesión de sus pecados sexuales al dejar a su esposa y sus tres hijos por Elvira Lindo. A medio camino entre la realidad y la ficción, con evidente influencia de obras como A sangre fría, de Truman Capote, pero sobre todo de las más recientes Soldados de Salamina y Anatomía de un instante, del ya mencionado Javier Cercas, Como la sombra que se va es una novela muy bien escrita, aunque en ocasiones la reiteración y la minuciosidad en que se desarrollan algunos momentos de la historia la convierten en una obra pesada y monótona, donde no siempre el atractivo cable de la intriga está lo suficientemente tenso; donde chirría, por lo forzado, el intento de ensamblar su vida personal con la del asesino de Martin Luther King.
El miedo me ha despertado en el interior de la conciencia de otro; el miedo y la intoxicación de las lecturas y la búsqueda. Ha sido como abrir los ojos en una habitación que no es la misma en la que me quedé dormido. En el despertar duraba todavía el pánico del sueño. Yo había cometido un delito o estaba siendo perseguido y condenado a pesar de mi inocencia.
El matrimonio que conforman nuestro escritor y Elvira Lindo abandona Nueva York y se traslada a vivir a Lisboa. Esta ciudad va a ser es escenario de sus dos obras siguientes. La primera de ella es inclasificable. Un andar solitario entre la gente (2018) se presenta en aspecto y contenido como una obra experimental (la única del autor hasta la fecha). Desde mi punto de vista se trata de una obra fallida, extensa y pesada; en la maquetación y en el argumento Muñoz Molina se acerca al experimento novelístico en singular volumen sin línea argumental, sustentada por el andar errante del narrador por diversas lugares y espacios, tanto físicos como culturales. En palabras de Alberto Granados: “se trata de una vuelta a su primer libro: un sesentón robinson urbano recorre las calles de Madrid y Nueva York, como el autor hacía en Granada en 1982; pero la libertad de antes a ahora un tormento depresivo”. Mezcla de novela, crónica personal y ensayo literario, homenaje a los autores predilectos del escritor jiennense; en su traducción al francés la obra obtuvo en 2020 el Premio Médicis Étranger.
Escucha los Sonidos de la Vida. Soy todo oídos. Escucho con mis ojos. Escucho lo que veo en los anuncios y en los titulares de los periódicos y en los carteles y letreros de la ciudad. Voy viajando a través de una ciudad de palabras y voces. Las voces hacen vibrar el aire y llegan por mi oído interno al cerebro convertidas en impulsos nerviosos.
En marzo de 2019 sale a la venta otra novela irregular y fallida, Tus pasos en la escalera (Seix Barral). Ambientada también en Lisboa, la novela posee ligeros toques autobiográficos, pero se muestra demasiado condescendiente con ella misma. El autor se mira demasiado el ombligo propio y la obra deviene en una sucesión de páginas pretenciosas.
Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo. Las condiciones son inmejorables. El apartamento está en una calle silenciosa. Por el balcón se ve a lo lejos el río. El río se ve también desde la pequeña terraza de la cocina, que da a jardines y balcones traseros de la calle contigua, a miradores con barandas de hierro en las que hay ropa tendida, ondeando en la brisa.
El miedo de los niños (ed. Seix Barral), novela corta e ilustrada, aparece en las librerías en noviembre de 2020. Se trata de un delicioso relato sobre la niñez, con visibles y logrados toques autobiográficos. En él se conjugan con la maestría propia del autor la cruda realidad de una pequeña ciudad de provincias en la España gris de los sesenta, con la ternura infantil y la recreación de un mundo que, para bien y para mal, no ha de regresar. El relato había aparecido por primera vez en la segunda edición de Nada del otro mundo, publicada en 2011.
Fue su primo Bernardo quien le dijo a Esteban que habían vuelto los tísicos. Estaban sentados en el pupitre que compartían siempre, por la tarde, cuando ya anochecía, después del rosario, en la hora de las permanencias, cuando don Florentín daba la orden de quedarse callados y ponerse a repasar o a terminar los deberes para el día siguiente.
Publicado en septiembre de 2021, cuando todavía el país y el mundo empezaba a salir de la pandemia del COVID, Volver a dónde (ed. Seix Barral) es una crónica, un dietario, un ensayo autobiográfico… En fin, un volumen tan inclasificable como irregular, pretencioso y, en ocasiones, de una hipocresía indigna, escrito parte de él durante el momento álgido de la pandemia. Se trata de una obra de circunstancias que se aprovecha del momento. Quien esto escribe, y tanto admira a Muñoz Molina, confiesa que no lo terminó de leer indignado por la falta de sensibilidad del autor que; sin embargo, parecía estar en trance de empatía… Una decepción enorme.
Junio, 2020. Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle. El estado de alarma que acaba de ser abolido continúa vigente en mi espíritu. El mundo de después, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarillas.
No te veré morir (Seix Barral, 2023) es la última novela publica por el autor hasta este momento.
«Si yo estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño», dijo Aristu, mirando a su alrededor con asombro, con gratitud, con incredulidad, con el miedo a que en cualquier momento se disipara todo, volviendo la mirada hacia Adriana Zuber, medio siglo después, hacia el color y la expresión inalterada de sus ojos, sorprendido de hasta qué punto, habiendo creído recordarlos siempre con exactitud, los había olvidado…
La novela recrea la historia de amor entre Gabriel y Adriana, pero en el fondo es una reflexión sobre el hecho de que ninguna vida es realmente completa, plena. Narrada desde dos perspectivas, una en tercera persona y otra en primera, la vida de sus dos protagonistas está dispuesta en otra vida, la de Julio Máiquez —convertido en narrador accidental—, también incompleta. Se trata de una hermosa novela donde el autor jiennense recupera el tono soberbio de su prosa y vuelve a reconfortar al autor de estas líneas, pues, sin ser una obra sobresaliente, parece apuntar la salida de una crisis literaria que se iba arrastrando durante muchos años y muchas obras.
¿Qué nos deparará el futuro creativo de Antonio Muñoz Molina? Lo ignoramos; pero no podemos cerrar este artículo sin conservar la ilusión de que este sea un futuro novelísticamente esperanzador.
BIBLIOGRAFÍA
Hemos consultado todas las obras de Antonio Muñoz Molina citadas en este monográfico, de las que hemos tomado los fragmentos reproducidos que se corresponden a las primeras líneas de las obras mencionadas.
Alberto Granados es, sin tal vez, uno de los mejores conocedores de la obra de Antonio Muñoz Molina. Sin sus correcciones, aclaraciones y consejos, y sin la consulta de su blog (albertogranados.wordpress.com) este artículo no hubiera sido posible.
MUÑOZ MOLINA, Antonio, Beltenebros, edición crítica a cargo de José Payá Beltrán, ed. Cátedra, Madrid: 2004.