LOS DIOSES TIENEN SED: los actores del drama
La primera vez que escuché el nombre de
Anatole France (1844-1924) fue en el Paraninfo dela Universidad de
Alicante. Era alrededor de 1990 (año más o menos) cuando el recordado Manuel
Alvar, a la sazón presidente dela
RAE , nos agasajó con una conferencia. Recuerdo poco de
aquella charla, salvo la sensación de estar ante la presencia de un gran
comunicador… y el nombre de un escritor francés del que lo ignoraba todo:
Anatole France. No había transcurrido un año cuando el azar depositó en uno de
los estantes del mueble del salón familiar La
isla de los pingüinos. Entonces recuperé el nombre de France. Aunque lo he
releído en varias ocasiones, el recuerdo de la primera lectura de La isla de los pingüinos es algo
imborrable, como una sacudida a la conciencia. Siempre supe a qué quería
dedicar mi vida; pero la lectura de Anatole France vino a corroborar mi
decisión.
Anatole France (1844-1924) fue en el Paraninfo de
Alicante. Era alrededor de 1990 (año más o menos) cuando el recordado Manuel
Alvar, a la sazón presidente de
RAE
aquella charla, salvo la sensación de estar ante la presencia de un gran
comunicador… y el nombre de un escritor francés del que lo ignoraba todo:
Anatole France. No había transcurrido un año cuando el azar depositó en uno de
los estantes del mueble del salón familiar La
isla de los pingüinos. Entonces recuperé el nombre de France. Aunque lo he
releído en varias ocasiones, el recuerdo de la primera lectura de La isla de los pingüinos es algo
imborrable, como una sacudida a la conciencia. Siempre supe a qué quería
dedicar mi vida; pero la lectura de Anatole France vino a corroborar mi
decisión.
Después de más un siglo de su publicación, la editorial barcelonesa Barril & Barral rescata para el buen degustador de la
literatura Los dioses tienen sed
(1912) —con la traducción clásica de Luis Ruiz Contreras—; no sé si la mejor
novela del premio Nobel francés (lo recibió en 1921), pero es sin duda una de sus
grandes creaciones.
literatura Los dioses tienen sed
(1912) —con la traducción clásica de Luis Ruiz Contreras—; no sé si la mejor
novela del premio Nobel francés (lo recibió en 1921), pero es sin duda una de sus
grandes creaciones.
La tesis de la obra es sencilla: a Anatole
France no le interesa cuestionar la validez o moralidad dela Revolución francesa, él
prefiere detenerse en los actores de aquel drama rebosante de sangre y muerte.
La novela se nos presenta como la anatomía y el análisis del fanatismo
—político, en este caso— a través de los hechos y los pensamientos del
protagonista, Evarito Gamelin, un gris y triste pintor, durante el París de los
Años del Terror. La obra, que apenas supera las doscientas páginas, nos muestra
el ascenso social —y el descenso moral bajo la sombra amenazadora de la
guillotina— de este personaje inmerso en la vorágine de aquellos años.
Asistimos impasibles a la metamorfosis de un simple ciudadano en un fanático,
en un monstruo sanguinario que se cree señalado por el destino transcendental
de la búsqueda dela
Democracia y la
Libertad , y que no dudará en condenar incluso a sus amigos.
France no le interesa cuestionar la validez o moralidad de
prefiere detenerse en los actores de aquel drama rebosante de sangre y muerte.
La novela se nos presenta como la anatomía y el análisis del fanatismo
—político, en este caso— a través de los hechos y los pensamientos del
protagonista, Evarito Gamelin, un gris y triste pintor, durante el París de los
Años del Terror. La obra, que apenas supera las doscientas páginas, nos muestra
el ascenso social —y el descenso moral bajo la sombra amenazadora de la
guillotina— de este personaje inmerso en la vorágine de aquellos años.
Asistimos impasibles a la metamorfosis de un simple ciudadano en un fanático,
en un monstruo sanguinario que se cree señalado por el destino transcendental
de la búsqueda de
Democracia
Libertad
A las pocas páginas, el lector es ya
consciente de que otro autor menos dotado —pienso en los muchos mamotretos que
pueblan actualmente las estanterías— hubiera convertido esta historia en una
interminable novela llena de peripecias redundantes y de personajes tan reales
que resultarían increíbles. France, en cambio, opta por lo contrario: los
hechos descritos y las situaciones argumentales son ventiladas con breves
pinceladas. Leemos: «Estaban los detenidos amontonados en las cárceles; el
acusador público trabajaba dieciocho horas diarias. A los descalabros de los
ejércitos, a los motines de las provincias, a las conspiraciones, a las
intrigas, a las traiciones,la
Convención opuso el terror. Los dioses tenían sed». Por el
contrario, al autor le interesa más detenerse en el carácter humano del
sanguinario Gramelin, en la descripción minuciosa de las relaciones afectivas
que mantiene con su madre y su amante. Ya lo dijo Nietzsche: «También los
malvados cantan».
consciente de que otro autor menos dotado —pienso en los muchos mamotretos que
pueblan actualmente las estanterías— hubiera convertido esta historia en una
interminable novela llena de peripecias redundantes y de personajes tan reales
que resultarían increíbles. France, en cambio, opta por lo contrario: los
hechos descritos y las situaciones argumentales son ventiladas con breves
pinceladas. Leemos: «Estaban los detenidos amontonados en las cárceles; el
acusador público trabajaba dieciocho horas diarias. A los descalabros de los
ejércitos, a los motines de las provincias, a las conspiraciones, a las
intrigas, a las traiciones,
Convención
contrario, al autor le interesa más detenerse en el carácter humano del
sanguinario Gramelin, en la descripción minuciosa de las relaciones afectivas
que mantiene con su madre y su amante. Ya lo dijo Nietzsche: «También los
malvados cantan».
sido testigos de esos milagros que, en ocasiones, consigue el arte: no se puede
decir tanto, con tan poco. Ya lo comentó Josep Pla hace años: «No leemos a
Anatole France porque nos asusta su perfección». Inmersos en un mundo gris y
cortado por el rasero de la mediocridad, tan poco acostumbrados a la palabra
exacta (pienso en Azorín y Miró, en Rulfo, en Borges; ocasionalmente en
Delibes), ahogados bajo cientos de líneas que se extienden por las páginas sin
decir nada, la prosa diáfana y límpida de Anatole France nos devuelve la
finalidad primigenia de la literatura: mostrar el mundo en su sencilla, y
también monstruosa, desnudez.
Anatole France,
Los dioses tienen sed,
Ed. Barril & Barra. 235 páginas.