BREVÍSIMA HISTORIA DE LA NOVELA DE MISTERIO (VII)

LOS CLÁSICOS DE LA NOVELA ENIGMA

        Durante la II Guerra
Mundial (1939-1945) y las décadas posteriores (hasta los primeros años de la
década de 1970), la novela-enigma (o novela-problema) continuó produciéndose al
margen de nuevas modas o cambio de tendencias. Como si el mundo no hubiera
asistido a una hecatombe, los grandes divos
de la novela-enigma continuaron poblando sus obras de habitaciones cerradas a
cal y canto, rompecabezas para superdotados y sospechosos con férreas
coartadas. Aunque algunos de sus máximos exponentes habían ya fallecido (G. K.
Chesterton, S. S. Van Dine) o habían 
disminuido su producción (Dorothy L. Sayers), el resto siguió
escribiendo encerrado en una burbuja de cristal que lo aislaba tanto de los
campos de batalla como de los campos de exterminio. No debe sorprendernos, sin
embargo, que siguieran gozando de un considerable éxito y de un público fiel:
en medio de un mundo en guerra o de la Humanidad a un paso de la destrucción nuclear (durante
los años más álgidos de la Guerra Fría),
la alternativa de la novela-enigma se presentaba como un refugio donde, al
final, la justicia siempre triunfaba y el orden social, que se rompía con cada
crimen, recobraba la normalidad y el statu
quo
.
      Aunque los tres grandes clásicos del género —Agatha Christie,
John Dickson Carr y Ellery Queen— habían dado sus mejores obras en las primeras
décadas del siglo XX, sus producciones posteriores a 1939 seguían conservando
la genialidad que años antes les había llevado a lo más alto de la novela de
misterio.
       Agatha Christie (fallecida en 1976) escribió algunas de sus
novelas más populares: Diez negritos
(1939), Un cadáver en la biblioteca
(1942), Cianuro espumoso (1944), Testigo de cargo (1948, llevada al cine por
Billy Wilder en una extraordinaria película de 1957), Tres ratones ciegos (1950) —que la propia autora transformó en La ratonera y que estrenó en 1952. Con
más de veinticinco mil representaciones ininterrumpidas es la obra teatral más
representada de la historia; de hecho, todavía hoy en día sigue escenificándose
en el mismo teatro en que se estrenó—, El
tren de las 4:50
(1957) o El espejo
se rajó de parte a parte
(1962). Aunque ninguno de los anteriores títulos
alcanzó el ingenio ni la calidad de su producción anterior a la guerra, no por
ello disminuyó su reconocimiento público. Al morir, Agatha Christie había dado
a luz setenta y ocho novelas de misterio a las que se añadieron dos más
publicadas póstumamente. La fama de la gran dama del crimen se consolidó y
extendió a raíz de múltiples versiones cinematográficas y varias series de
televisión protagonizadas por los detectives que inventó: Hércules Poirot, mis
Jane Marple, el matrimonio formado Tuppence y Tommy Beresford o Parker Pyne. Se
calcula que su obra ha sido traducida a más de cien lenguas y ha vendido (sigue
vendiendo) la friolera de dos mil millones de ejemplares.
          John Dickson Carr (nacido en EE.UU. pero instalado en Inglaterra
desde los años 30) es otro de los clásicos de la novela-enigma que continuó
produciendo durante los años de la postguerra. Menos conocido para el lector
actual, pero muy estimado por los especialistas del género, dio a luz más de
setenta novelas de misterio hasta su muerte en 1977. Creó al doctor Gideon
Fell, detective amateur, firmando las
novelas protagonizas por este personaje con su nombre auténtico. Las novelas de
otra de sus creaciones, el excéntrico pero eficaz sir Henry Merrivale, jefe del
servicio secreto, aparecieron bajo el pseudónimo de Carter Dickson. En el
periodo que aquí nos ocupa, Dickson Carr publicó grandes títulos del género
como Las gafas negras (o Los anteojos negros, 1939; considerada
como una de las diez mejores novelas de misterio de todos los tiempos), Muerte en cinco cajas (1939), El caso de los suicidios constantes
(1941), Hasta que la muerte nos separe
(1944), Se alquila un cementerio
(1949), El reloj de la muerte (1956)
y La muerte acude al teatro (1966).
Muy superior a Agatha Christie en el planteamiento y el desenlace de sus novelas,
Dickson Carr fue uno de los más serios defensores del denominado “juego limpio”
consistente en no ocultar datos al lector, convirtiéndolo así en un
lector-detective.
       Manfred B. Lee y Frederic Dannay eran los primos hermanos,
estadounidenses, que se ocultaban bajo el pseudónimo de Ellery Queen, el tercer
vértice del triángulo que formaron los clásicos de la novela-enigma. Bajo el
pseudónimo de Barnaby Ros habían creado un detective, Drury Lane, que
protagonizó cuatro novelas durante el primer lustro de los 30. Sin embargo, el
personaje que les dio la inmortalidad fue Ellery Queen, el sagaz hijo del
inspector Queen de la policía de Nueva York. Al igual que había sucedido con Christie
y Dickson Carr, las novelas de Ellery Queen anteriores a la II Guerra Mundial son,
en general, muy superiores al resto. No obstante, continuaron escribiéndose
hasta la muerte de Manfred B. Lee, en 1971. Por aquel entonces el nombre de
Ellery Queen se había convertido en una marca que ocultaba a todo un taller de
escritores coordinados por los dos primos. Algunas novelas dignas de recordar
fueron La ciudad desgraciada (1942), El gato de muchas colas (1949, una de
sus obras más conseguidas), La aldea de
cristal
(1954), El cadáver fugitivo
(1961) y Cara a cara (1967).
       A partir de 1960, Ellery Queen introdujo en sus novelas más
dosis de “humanidad” en perjuicio del enigma. Así surgieron obras más alejadas
de los postulados originales de la novela-problema y más cercanas al thriller o la novela negra: Un tesoro en la cartera (1962), Los cuatro Johns (1964), Muerte dirigida (1966), Asesinatos en la universidad (1969) y la
excelente Besa y mata (1970), por
ejemplo.

      La creación de la revista mensual Ellery Queen’s Mistery Magazine en 1941
(que todavía hoy continúa en activo) contribuyó a fomentar el género y dio
cabida, en sus páginas, a jóvenes autores que comenzaban a escribir,
convirtiéndose en la publicación de misterio más influyente en el ámbito
anglófono. En 1975 se realizó una serie para televisión Las aventuras de Ellery Queen, que aumentó la fama y la expansión
de sus autores y su personaje.
Jose Payá Beltrán
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