A vueltas con las clasificaciones.
De los cromosomas que forman nuestro ADN uno ha de ser el del
gusto por la clasificación. Habitamos en un mundo donde todo debe ser
catalogado, ordenado, clasificado: muebles, animales, deportes, piedras y, por
supuesto, libros. Como al parecer los cuatro grandes géneros literarios
(teatro, narración, poesía y ensayo) se nos presentan demasiado difusos,
demasiado generales, el ser humano ha creído necesario realizar nuevas
clasificaciones, cada vez más minuciosas, con el evidente propósito de acotar
mucho más el campo. El género de la narración ha sido el más dado a esta
catalogación extrema: novela, novela breve, cuento, relato, microrrelato; y
luego, novela de aventuras, realista, del oeste, por entregas, romántica,
sentimental, novela histórica, de misterio, femenina, novela poemática,
experimental, de ciencia-ficción, juvenil, novela gótica, metanovela,
bizantina, dialogada, novela de caballerías, picaresca, infantil, anti-novela,
novela de tesis, incluso —según Gómez de la Serna— “falsa novela”.
Es una clasificación interminable que siempre me hace sonreír
porque me recuerda a aquella otra sobre los animales que Jorge Luis Borges dijo
haber encontrado en el Emporio celestial de conocimientos benévolos y que divide a los animales en:
a) pertenecientes al Emperador.
b) embalsamados.
c) amaestrados.
d) lechones.
e) sirenas.
f) fabulosos.
g) perros sueltos.
h) incluidos en esta clasificación.
i) que se agitan como locos.
j) innumerables.
k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello.
l) etcétera.
m) que acaban de romper el jarrón.
n) que de lejos parecen moscas.
Irónico y absurdo a un tiempo, ¿verdad? Pues lo mismo ocurre con
la interminable clasificación de los diversos tipos de novela.
Pero lo peor de todo es que yo soy el menos indicado para
rechazarla o criticarla. Si lo pienso un poco comprendo que es necesaria tanta
subdivisión: esa necesidad se deduce de la existencia, vigencia y empleo de
dicha clasificación. Tal vez yo pueda moverme por la NOVELA, sin más; pero
imagino que habrá muchos lectores (mis alumnos, por ejemplo) que necesiten esta
clasificación como un horizonte de expectativas antes de iniciar la lectura.
Por mi parte creo, como Oscar Wilde, que sólo existen dos tipos de libros: los
que están bien escritos y los que están mal escritos.
La novela de misterio
Aunque en la actualidad toda la novela policiaca parece
encuadrarse dentro de la denominación “novela negra”, quizás convendría
recordar que a principios del siglo XX existían (afortunadamente) muchas
divisiones. Hoy en día el empleo del sintagma anterior se ha generalizado tanto
que ha terminando perdiendo su verdadero significado. En aquellos años, en
cambio, las divisiones estaban bastante claras. Dentro del extenso campo de la
novela de misterio existían muchos tipos: novela-problema (también conocida por
novela-enigma o novela-inglesa), novela de crímenes y aventuras (lo que hoy
llamamos thriller), novela de jurados
(¿alguien recuerda a Perry Mason?), novela de folletín de misterio (la serie de
Fantomas, por ejemplo), novela de detectives o simplemente policiaca y,
claro, novela negra. Pero el tiempo se encargó de embarullarlo todo de tal modo
que hoy en día es usual incluir dentro de la categoría de Novela Negra a un
conjunto de obras que no cumplen las condiciones primigenias; de hecho, toda
novela donde hay un crimen o aparece un detective se considera ya como Novela
Negra.